Fede 20 cm: Segunda parte

No me llama la atención al principio: está demasiado vestido. Hasta gorro tiene. Sin embargo; su acento, que hable de me resulta altamente estimulante. Me cuenta que es de Colombia y yo le saco el tema de "La virgen de los sicarios". Yo leí el libro y el vio la película.

Me pregunta cómo llegué a la fiesta y le digo que por los chicos. Que me invitaron a la radio, que a partir de junio voy a tener un espacio semanal fijo en el programa.

Sobre qué va a ser, me pregunta, y le cuento del blog.

Me dice su nombre: Fede 20 cm. Le pregunto de dónde sacaron sus padres un nombre tan copado y me cuenta que del directorio telefónico.

*Otro chico* se me pone a hablar mientras espera para entrar al baño. Me cuenta que las mujeres no valoran la caballerosidad. Le digo que pienso lo contrario, que es algo que cuenta mucho. Él me pregunta si Fede 20 cm es mi chico y le digo que no.

Decile que soy tu Fede, me corrige 20.
Todo bien, responde el pibe, antes de desaparecer en la multitud.

Oye, ¿tienes preservativos? pregunta Fede 20.

Yo aprendí mi lección. Después del sufrimiento del finde pasado, con Fede 19 y Casi Fede 02, llené mi cartera de condones. Le digo que sí.

Pues mira, ahorita podemos ir a mi casa; me invita. ¿Quieres? Vivo allí arriba, dice mientras me señala un departamento.

Llegamos al lugar y me muestra su departamento. Tiene mucha onda, ojalá yo viviera en un lugar así.

Fede 20 cm es músico y tiene una habitación llena de instrumentos. Mientras juego con uno de ellos, me levanta la pollera detrás de mí y comienza a frotarme la pijota negra contra la tanga. Me doy vuelta para besarlo, pero cuando estoy por hacerlo, oh vengativo Señor.

Yo no doy besos, me dice.

Claro, entiendo; respondo, mientras me acomodo la ropa y agarro mis cosas.
¿No te gusta si no te beso?
No, respondo.
(...)
Bueno, pero no te vas a ir...

Entramos en su pieza y me muestra las pocas cosas que tiene. Basicamente, un colchón y unas revistas.

Nos acostamos en el conchón, él a lo largo y yo a lo ancho, a sus pies, boca abajo. En algún momento, se me acerca, vuelve a levantarme la pollera y comienza a masajearme el ortho.

¿Si no te beso no te vas a calentar? me pregunta, pero yo ya estoy jadeando. Me da vuelta y me chupa las tetas; tengo ganas de chuparle la pija, pero no lo hago. No puedo petear a un tipo que ni siquiera me besa. A mí me gusta mucho la poronga, pero tengo mi dignidad.

Me empieza a coger en cuatro y su gran pija se siente increíble.

¿Te estás viniendo? me pregunta. Eso me distrae un poco pero, felizmente, sigue.

No es un polvo muy largo, pero es tan bueno que me deja temblando y mordiendo la almohada.

Mientras estoy ahí tirada lo veo bien. Tiene rastas y su cuerpo es todo negrito, naturalmente marcado. Halago su físico y le digo que no debería taparse el pelo con el gorro.

Gracias, me dice mientras se viste. Tú me dices esas cosas y me haces sentir bien.

Volvemos a la fiesta. Nos quedamos un rato más juntos, charlando. Le pregunto si algún día me va a dejar besarlo y me dice que no. Me pregunto si alguna vez se habrá agarrado mononucleosis, o qué.
Me abraza cuando nos despedimos. Nos vemos, dale; le digo.

Oye, ¿no tienes otro preservativo? me pregunta.

¿Para qué?
Para tener, me responde.

Me río.

Es amigo de los chicos, me cae bien y es negro.
Saco uno de la cartera y se lo doy.


Desaparezco en la multitud.