QQF, al fin.

Lunes, 3.30 a.m. Recién llego a casa, después de una orgía muy bizarra en la que nadie me cogió. Estoy contenta porque no es demasiado tarde y (pienso que) voy a tener tiempo para dormir bien.

Error.

QQF está conectado con un nick que no reconozco. Le pregunto quién es.
Quiero-que-federes, responde. ¿Vos quién sos?
Lulú, le digo.

Me pregunta qué hago despierta a esas horas y no le respondo que vengo de estar con dos tipos que me colaron un tubo de gel y cuatro dedos. Él me explica que siempre está despierto a esa hora.Sin exordio, me invita a su casa "para echarme un polvo".

Le contesto que tengo muchas ganas de cogérmelo, pero que se deje de romper las pelotas, son las 3.30 del amanecer un lunes a la noche.Mañana voy a salir a la calle con una remera que diga Lulú me dijo que no, me desafía.Repito que tengo muchas ganas de cogérmelo. Repito que es un momento de mierda para decidirse a prestarme su pija.

Pensé que vivías cerca, insiste.

Está bien, voy para allá.

Salgo y logro subirme a un colectivo que me deja a cuatro cuadras de su casa. Cuatro largas cuadras. Cuando llego, tengo la cara helada.QQF está re relajado. Se debe haber fumado todo el jardín de su casa. No importa.

Me encantan los chicos de pelo y ojos marrones. También me calientan cosas absurdas, como un lindo nombre o una voz grave. Me doy cuenta que haber pasado tanto tiempo entre judíos me acercó más a los rubios y a los chicos de ojos claros, que no me atraen en lo absoluto. Pienso que hace mucho que no me cojo a alguien con ganas, que hace semanas que estoy con tipos con el único fin de sacarme la calentura.

Yo estoy de tu lado, Lulú, me dice QQF mientras me hace un té en la cocina; no tenés que escribir de mí.

Es cierto, le digo.

Pero no puedo dejar la historia por la mitad, tengo contar cómo termina.